Cada uno de nosotros ha vivido la pandemia de forma muy diferente: la sobrecarga de trabajo para algunos o lo contrario para otros con el aislamiento que experimentan muchas personas sea cual sea su edad; los cambios incesantes de horario ya sea para adultos, niños; el “cara a cara”, el “a distancia”, estas nuevas palabras que han entrado en nuestro vocabulario; la reducción, o incluso la abolición del límite entre la esfera profesional y la privada; las condiciones muy duras en un cierto número de ocupaciones, todas las cuales requieren una gran adaptabilidad física y mental. Los abuelos han tenido que cuidar a menudo de los nietos mientras sus padres han tenido que seguir trabajando.
El momento de la flexibilidad
Y ahora es el momento del verano y de una relajación en la salud, parece. Se abre un nuevo horizonte para volver a una vida más parecida a la anterior. Pero no hagamos de este tiempo de Covid un paréntesis en nuestras vidas. Forma parte de nuestra historia personal de vida, puede haber influido en ella hacia un estrechamiento, temporal o no, hacia una profundización.
Cómo vivir el verano
Entonces, ¿cómo vivimos nuestro tiempo de verano después de estos meses inusuales?
Tiempo de descanso
“Vayan a un lugar desierto y descansen un tiempo”, nos dice Jesús (Mc 6,31). Algunas personas tienen una gran necesidad de esto, tras haber experimentado la sobrecarga descrita anteriormente o una soledad que les obliga a ver el mundo de forma diferente, de forma abierta. Será un tiempo de descanso, de oración más profunda, tranquilamente, lejos de la agitación y de las preocupaciones de los últimos meses, con la relectura, el discernimiento de las modificaciones consecuentes de esta historia de vida y los frutos que hay que extraer de ella para los meses venideros.
Tiempo de encuentro
También podemos escuchar otra llamada: “¡Ven, sígueme! (Mt 19:21; Mc 10:21) en la dimensión correspondiente a lo que queremos vivir en el SVE, “en el mundo”, y que podríamos escuchar así: “Ven, reunámonos, vayamos y hagamos juntos”. Busquemos redescubrir las condiciones de vida y de encuentro, activas y más serenas, en el camino como Jesús en el Evangelio: provocar estos encuentros o simplemente acoger los que surjan, invirtiendo todo nuestro ser en ellos. Corresponde a cada uno discernir según lo que es y según lo que ha vivido más particularmente durante los meses precedentes. ¿Quizás un tiempo para el desierto y un tiempo para los encuentros? En los veranos anteriores, nuestra vida podía organizarse de esta manera.
Encontrar nuestra propia dinámica
Pero seamos conscientes de que la pandemia sólo puede colorear nuestra existencia de otra manera y darle una dinámica diferente: la vida familiar y/o las amistades revisadas en sus múltiples dimensiones, la participación en propuestas festivas asociativas, culturales y deportivas… compartidas en el servicio y la ayuda mutua. Saboreemos sobre todo este sabor de “estar juntos” en forma de amor y fraternidad. Tomemos también el tiempo para consolar a los que han experimentado pruebas profundas y nos piden este consuelo. No olvidemos a aquellos que, a pesar de la disminución de las restricciones sanitarias, seguirán en la soledad porque ésta es su condición habitual de existencia, con o sin pandemia. Dejemos que Jesús nos acompañe de cerca durante estos próximos meses.
Monique Barrerre, SVECJ
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